El motivo de no haber continuado

A finales de Abril, cuando viajaba desde la frontera con China hasta
Katmandú, estaba seguro que lo más probable es que tuviera que regresar a
casa. Semanas después era para mí una sorpresa encontrarme en el Campamento
2 del lado Sur del Everest y con la posibilidad de realizar un ascenso a la
cima tanto del Everest como del Lhotse.

Cuando decidí intentar el Doble Ascenso este año, lo que me motivaba
principalmente era el haberme colocado una meta y el hacer todo lo posible
por lograrla. Un plan que desde 2008 estaba persiguiendo y que sentía que
estaba dentro de mis límites físicos, de valentía y de fuerza mental el
realizarlo. Una vez que decidí abandonar el intento por la cara norte como
se ha mencionado anteriormente en este blog, la motivación fue completamente
diferente. He tenido el privilegio de pararme en la cima del Everest en tres
ocasiones anteriores y ante mí mismo y ante terceros, creo que no tengo nada
que demostrar. Estaba seguro que no me iba a hacer más feliz decir que había
subido cuatro veces que tres. Pero sí estaba convencido que el intentar un
nuevo ascenso me dejaría nuevas aventuras y me permitiría vivir de nuevo ese
camino mágico en los Himalayas que lleva hasta la cima de la montaña más
alta del mundo. Conviviría otra vez con los sherpas, vería nuevamente amigos
que año con año están aquí y todo esto es lo que realmente me haría feliz.
Así sucedió.

Mi gran error fue el haberme decidido por el 19 y 20 de Mayo en vez de
haberlo recorrido para un día adelante. El primer intento, cuando comencé a
escalar, sentía como la nieve golpeaba fuertemente mi cara incluso cuando
estaba tapado con el gorro del traje de pluma, una balaclava y la máscara de
oxígeno. También sentía como cuando respiraba, la nieve se colaba por la
válvula de la máscara de oxígeno y me la tragaba al inhalar. Los grupos que
acabaron subiendo ese día tuvieron que abrir una brecha entre la nieve que
les llegaba a veces hasta la cintura. Cuando se trata del clima, soy muy
conservador y fue por eso que decidí regresar al campamento e intentar al
día siguiente. Teníamos tiempo suficiente. El pronóstico indicaba que el
viento disminuiría considerablemente en las siguientes horas y parecía que
el oxígeno nos alcanzaría. Me pareció lógica esta decisión en su momento.

El día del segundo intento me fui preocupando cada vez más al ver la
cantidad de gente que llegaba. Grupo tras grupo se iba instalando en el
Collado Sur y en mi mente iba estimando cuánta gente estaría compartiendo la
misma ruta en la noche. Pensando en que era indispensable salir más temprano
que la noche anterior para pasar gente antes de llegar al balcón decidí
iniciar el ascenso a las 10 de la mañana. Pero para cuando comencé la
escalada, ya había una larga fila de luces frente a nosotros. No nada más
eso, sino que la gente se ponía agresiva cuando la tratábamos de pasar. La
única opción era dejar a un lado la cuerda y escalar sin seguro pero al
reintegrarnos a la cuerda en las partes difíciles, la gente se ponía
agresiva y no nos dejaba regresar.

Durante largos periodos nos quedábamos sin avanzar. De vez en cuando se
escuchaba a algún desesperado gritar (varias veces yo) para que se movieran
o dejaran pasar, pero esto no funcionó. Crecía la sensación de impotencia.
Poco a poco se fueron enfriando mis pies y mis manos y, aunque trataba de
moverlas para calentarme un poco no respondían como en ocasiones anteriores.
Mi circulación ya no es tan buena como antes.

Cada minuto que pasaba asegurado a la cuerda sin moverme crecían en mi mente
varios pensamientos: este no es el Everest que viniste a disfrutar. No es la
montaña que has recorrido con tanto cariño antes. Más que ese lugar místico
y mágico que viniste a buscar, parece más bien un circo, y uno bastante
peligroso. En ese momento me di cuenta que esta experiencia tan maravillosa
de subir el Everest se había convertido para mí en algo sucio y prostituido
y en ese momento decidí descender. Dawa Steven continuó subiendo durante
casi dos horas, dos horas miserables y de más de lo mismo. Finalmente
también decidió volver por los mismos motivos.

No sé si fue la decisión incorrecta o si exageré en ese momento. De lo que
estoy convencido es que tomé la decisión correcta y de ninguna forma me
arrepiento. Tal vez si hubiera sido cualquier otro día hubiera sido una muy
grata experiencia, pero bajo las circunstancias, preferí quedarme con los
recuerdos de mis experiencias anteriores, antes que acabar odiando una
montaña que no me ha dado más que satisfacción en mi vida. Posiblemente sea
muy difícil de entender para otras personas.

Felizmente, el Everest sigue siendo la montaña de mis sueños.