Un momento difícil, pero una decisión fácil.

Subí al Collado Norte de acuerdo con mis planes. Me fue más fácil que en otras ocasiones y también subí más rápido. Fur Gyalzen Sherpa me acompañó en el ascenso y al llegar al Campamento 1 cada quién se metió a su tienda de campaña. Alrededor de las cinco de la tarde inició algo que cambiaría completamente la expedición. Comencé a sentir un dolor en el pecho, de mi lado izquierdo, justo sobre el corazón. Primero, pensé que podía ser un dolor muscular y me tomé un Excedrin. El dolor iba aumentando hasta convertirse en un fuerte piquete que me dolía de forma constante. Tomé otro Excedrin y empecé a tratar de respirar diferente para ver si ayudaba. Horas después de que inició el dolor, que no bajaba, había intentado acupresión, respiración, meditación y todas las técnicas que conocía para tratar de aminorar el dolor, sin éxito. A las diez de la noche, me salí de mi sleeping bag, me vestí, me puse las botas y fui a pedirle a Fur Gyalzen que me diera una botella de oxígeno. Era lo último que me faltaba intentar. Sin embargo, una hora después no había cambio y me quité la máscara definitivamente. Lo que me tranquilizaba un poco es que mi saturación de oxígeno era de 80% y mis pulsaciones de alrededor de 80 por minuto, algo excelente a esa altura.

A partir de ese momento y hasta el amanecer, estuvieron dando vueltas en mi cabeza dos imágenes. La primera de cuando venía bajando de la cima del Everest en 2008 y por venir concentrado en el descenso y las cuerdas casi piso un cadáver. Era el cuerpo de un alpinista escocés que murió el 4 de Junio de 2005, tan solo cinco días después de que yo llegara a la cima por primera vez. Su historia la tenía fresca porque David de Hungría (su compañero murió esta temporada) fue quien se encargó de verificar que estuviera sin vida, de cerrarle los ojos y de cerrarle el gorro de la chamarra. El escocés murió de un infarto al corazón, a 8,400 metros de altura.

La segunda imagen que estuvo dando vueltas por mi cabeza fue del 17 de Agosto de 2008. Ese día corrí el medio maratón de la Ciudad de México y mi papá lo caminó. Terminando la carrera, estábamos en el Zócalo, frente a las rejas de la Catedral y mi papá me dijo que se sentía muy cansado y que se iba a sentar recargado en las rejas. Me volteé para platicar con Alex y Jorge que también corrieron y cuando volví a ver a mi papá, estaba tirado en la banqueta, inconsciente. Dichosamente mi reacción fue correr por los paramédicos que estaban en la meta de la carrera y no debe haber pasado ni un minuto antes de que mi papá estuviera recibiendo atención médica. Afortunadamente, se recuperó ese día y un par de meses después le practicaron un cateterismo para despejar dos arterias del corazón bloqueadas al 80% y 90% respectivamente.

En mi angustia por el dolor que tenía sobre el corazón veía estas imágenes y al amanecer me quedó muy claro que la diferencia entre los dos casos era atención médica inmediata, algo que no tendría de seguir subiendo. El resto de la noche no dormí ni un minuto por la preocupación. Para las siete de la mañana, sabía que no subiría y que buscaría al doctor de la expedición china en el ABC y con suerte subiría de nuevo al día siguiente. Así hice sin demora y Mingma Sherpa me ayudó de traductor con el doctor que no hablaba inglés. El doctor fue muy profesional y terminando me dijo lo siguiente: que dentro de las costillas tenemos “venas que no son venas”, que las tenía inflamadas (después con otro doctor confirmé que dentro de las costillas hay un paquete de venas, arterias y nervios) y que me sugería no subir en cuatro o cinco días para evitar complicaciones. Varias veces le pregunté si era un problema del corazón y siempre me contestó que no.

La pregunta era, ¿podía confiar y apostar mi vida con este diagnóstico? No. Decidí bajar de inmediato al Campamento Base, tomar un jeep que me llevara a la frontera y otro más que me trajera a Katmandú. Entonces, ir al hospital para ver a un cardiólogo que, con un electrocardiograma en la mano, me pudiera confirmar que no era un problema del corazón. Esto significaba desistir del doble ascenso, pero si el doctor me daba su visto bueno, al día siguiente subiría en helicóptero hasta el campamento base pero de Nepal. Una sorpresa que les tenía guardada es que también tengo un permiso para subir el Lhotse, la cuarta montaña más alta del mundo.

Tan solo 36 horas después de haber tomado la decisión, me encuentro en Katmandú. El dolor no se ha ido por completo pero es mucho menor al que sufrí en el Collado Norte. Tengo cita mañana con el cardiólogo y si me lo permite, al día siguiente volaré al Campamento Base Sur, en Nepal. Ya no volveré a Tibet. Sin embargo, tendré la oportunidad de subir por tercera vez de este lado y con suerte podré intentar un nuevo reto: estar parado en la cima de dos montañas de más de 8,000 metros de altura en menos de 24 horas.

La expedición aún no termina. Tal vez vendrá un nuevo intento y trataré de ser el ejemplo de que lo importante no es no caerse, sino volverse a levantar.