Crónica de una noche de cumbre

Tan solo tres días antes había despertado en el hotel Yak & Yeti en
Katmandú. Ahora, 21 de Mayo por la tarde, me encontraba a casi 8,000 metros
de altura viendo el atardecer y pensando que en doce horas más podría estar
por tercera vez en la cumbre del Everest. Los últimos dos días habían traído
vientos muy fuertes y así escalamos del Campamento 2 al 3 y posteriormente
del 3 al 4. La velocidad del viento que había sido de unos 70km/h hubiera
hecho imposible intentar un ascenso seguro para el 22. Primero que sea
seguro, segundo que sea divertido, tercero llegar a la cima. El sol se metía
detrás de las montañas y con él poco a poco se iba el viento hasta que una
hora después del atardecer había una calma total.
Llegué al Campamento 4 alrededor de la una de la tarde y mi plan era
comenzar a escalar a las once de la noche, misma hora a la que empecé dos
años antes. Mientras, estaría dentro de mi sleeping bag, descansando,
tomando agua, escuchando música y visualizándome llegando a la cumbre, dando
los últimos pasos. Compartí la tienda de campaña con Apa Sherpa, quien
recordarán que tiene el record de subir 19 veces a la cumbre e iba por una
más. Es una gran persona, muy sencilla, y fue un privilegio escalar con él.

Media hora antes de partir, comencé a prepararme para el ascenso. Lo que más
trabajo me costó fue ponerme y amarrarme las botas, y asegurar los
crampones. Algo tan sencillo requiere mucha energía y esfuerzo a esta
altura. Una vez alistado, junto con Passang Rita Sherpa inicié el ascenso
iluminados por la luna. Tuvimos la mala suerte de tener a un grupo de 35
personas delante de nosotros, lo que hizo muy lento el ascenso. Desde el
Campamento 4 podía ver la fila de lámparas que se dirigían hacia la cumbre.
Las horas que transcurrieron en la noche desde que dejamos el campamento
hasta que salió el sol las podría caracterizar como monótonas. Paso a paso,
sólo viendo lo que alcanza a alumbrar la lámpara en la cabeza y mirando la
fila de personas que escalaban sobre mí. Alrededor de las dos de la mañana
pasé el momento más complicado en donde me invadió el cansancio y la fatiga
acumulados de días anteriores; daba dos pasos, me quedaba colgado de la
cuerda y cabeceaba. Me despertaba el jalón sobre la cuerda de la persona que
venía atrás de mí y volvía a repetir el proceso de caminar y cabecear. De
pronto, teniendo los ojos cerrados, me golpeó en el pecho un pedazo grande
de nieve que caía y, aunque no me lastimó, esto me hizo despertar
definitivamente. Tomé unos momentos para respirar, recordar lo que me
motivaba a llegar a la cumbre, a estar despejado y 100% concentrado. Pocos
minutos después comenzó a aclararse el cielo al Este y con el sol volvieron
todas mis energías.
Seguí pasando gente hasta llegar a la cumbre sur a cerca de 8,800 metros. A
partir de aquí los últimos obstáculos serían una travesía bastante expuesta
a través de un filo de roca y nieve, y el Escalón de Hilary. Sin embargo,
tendría una sorpresa más con el tráfico ya que en el Escalón se encontraron
un grupo que subía y otro que bajaba y ninguno cedía ante el otro. Tuvo que
pasar cerca de una hora para que la ruta estuviera nuevamente despejada y
subí sin problemas el Escalón. Por tercera vez en mi vida daba los pasos
finales para llegar a la cumbre y en esos últimos metros traté de recordar y
agradecer a todos los que me habían apoyado por todos los medios para
cumplir este objetivo. Esta cima no era mía, sino de todos nosotros.
Finalmente, a las 8:30am alcancé las banderas de oración que marcan la
cumbre y me senté. Me sorprendió el silencio interior y exterior que vivía.
Miré a mi alrededor y parado junto a mi estaba Apa Sherpa quien alcanzó la
cumbre por veinteava vez. Es interesante como la vida nos pone las cosas en
perspectiva cuando pensamos que hemos alcanzado algo grande. Aunque había
logrado pararme en la cima del Everest por tercera vez, la persona junto a
mi había subido 17 veces más. ¡Qué mensaje más claro!
Saqué mi teléfono satelital y marqué el primer número de la memoria. Me
contestaron Ricardo, Lulú y Richi (Carla estaba con ellos) y traté de
compartirles mi agradecimiento y aprecio por ayudarme a conseguir nuevamente
este objetivo. Después vino el momento de las fotos que pronto subiré al
blog. Finalmente, llegó la hora de despedirme de Daniel. Tomé en mis manos
el frasco con sus cenizas y cerré los ojos. Le agradecí el haberme
acompañado durante estos dos meses. En momentos difíciles como el del
vértigo, el dolor sobre el corazón, las noches de cansancio y los momentos
con dudas, sentía su entusiasmo y buena vibra y me ayudaban a seguir
adelante. Le dije adiós por última vez y vacié el frasco sobre la nieve de
la cumbre. Una hora después de haber llegado a la cima, comencé a bajar.
Durante el descenso, cada paso recibió toda mi concentración y puse toda mi
atención en el manejo de cuerdas y anclajes, sabiendo que en la bajada es
cuando pasan el mayor número de accidentes. Horas más tarde, regresé a la
seguridad del Campamento 4 donde me quité la mochila y los crampones y entré
a mi tienda de campaña. Cerré los ojos y sentí la satisfacción de haber
logrado pararme en la cima del Everest una vez más. Nada se puede comparar a
ese momento de paz y tranquilidad. Sin embargo, quedaba un objetivo más que
cumplir: subir el Lhotse en menos de 24 horas. Esos momentos en mi tienda de
campaña eran el ojo del huracán y pronto vendría otra vez la tormenta. Tan
solo unos minutos después, sin haber dormido, empaqué mi mochila y me dirigí
al Campamento 4 del Lhotse.